La sostenibilidad ambiental, las desigualdades y violencias, la modernización y apertura de las instituciones, la innovación productiva, el desempleo crónico, la gestión sanitaria durante y con posterioridad a la pandemia, son algunos de los problemas a los que se enfrentan nuestros gobiernos. Abordarlos y encontrar soluciones es la meta de la Agenda 2030.
Las políticas conductuales vienen a aportar claves interpretativas que mejoren el diseño de las respuestas, a la vez que, instrumentos que aumentan las probabilidades de alcanzar objetivos de bienestar individual y social.
Recogiendo aprendizajes, metodologías y evidencias provenientes de la economía conductual, neurociencias y la psicología, el ciclo de las políticas públicas se ve enriquecido. Se toma mayor conciencia sobre la conducta que se busca regular, reparando en sesgos, heurísticas y miserias cognitivas que comprometen la racionalidad a la par que se presta atención a cómo las conductas individuales se entretejen y dependen de las interacciones con el otro y de expectativas empíricas y normativas sobre lo que los otros hacen o aprueban.
En este espacio pasaremos revista a las nuevas tecnologías de gobierno (Rose y Miller, 1992) que recogen los aportes conductuales y ofrecen un nuevo repertorio de herramientas políticas más sutiles y menos constrictivas que las clásicas: nudges, norma social, think y cambio identitario.
La estrella de este nuevo repertorio es el nudge. Se trata de una tecnología que mantiene la libertad de elección a la vez que guía las decisiones de las personas hacia lo que se considera la correcta dirección. El modo en que lo hace es reprobando, razonando y persuadiendo antes que prohibiendo o coaccionando como las regulaciones punitivas. Persiguiendo la búsqueda del bienestar individual y social (sin coaccionar o imponer una visión moral sobre lo bueno) se enfocan alternativamente en resultados, acciones, moldes mentales y/o preferencias. Lo que transforman o alternan es la arquitectura de decisión, esto es: el espacio físico y mental en el marco del cual se define nuestra conducta.
Ejemplo de ellas durante el confinamiento son todas aquellas intervenciones que facilitan que se cumplan las recomendaciones sanitarias en espacios públicos dirigiendo la atención de los individuos hacia lo que se considera el comportamiento deseado. Por ejemplo, las pegatinas en el piso que indican la distancia de seguridad, la disposición de alcohol en gel en sitios bien visibles, o las alfombras desinfectantes en las entradas. También sirven de ejemplo aquellas intervenciones destinadas a ofrecer información que genere autoconciencia sobre un modo correcto de hacer algo como son las políticas de comunicación que indican el modo correcto de estornudar, lavarse las manos o colocarse la mascarilla.
La herramienta think se nutre de los principios de la democracia deliberativa y aboga por el diseño de marcos institucionales en los que los individuos puedan visualizar sus limitaciones racionales y acceder a los puntos de vista de otros sujetos mediante el debate y encuentro con otros/otras para, a partir de allí, alcanzar el bienestar. En tanto la deliberación tiene efectos pedagógicos y educativos en los ciudadanos (la necesidad de justificarse ante otros moldea perspectivas y preferencias egoístas ante el público y conduce a pensar en términos más colectivos), se espera que los espacios de diálogo provean razones para el cambio de comportamientos de un modo más profundo y así se alcancen respuestas a problemas sociales complejos con mayor legitimidad y eficiencia.
Durante el confinamiento, encontramos ejemplos del uso de estas herramientas en Francia, donde el Parlamento acogió un foro público virtual con alrededor de 15.000 ciudadanos para recopilar recomendaciones sobre las prioridades políticas posteriores al Covid-19. A nivel regional y local en Escocia, Turingia, Zaragoza o Bristol, se activaron respuestas innovadoras frente a la emergencia complementando los esfuerzos que desde las políticas de confinamiento y restricciones de movilidad y nudges se estaban desarrollando para diseñar respuestas innovadoras.
La norma social asume como regla que los comportamientos humanos son interdependientes jugando un papel clave las expectativas sociales. Éstas son las creencias que tienen los individuos sobre lo que los otros hacen (empíricas) o sobre lo que los otros consideran correcto aprueban/desaprueban (normativas). El modo en que la política busca cambiar conductas sería, primeramente, desmontando las normas sociales imperantes que se contraponen al bienestar (deserción escolar, violencia machista, mutilación genital, etc.). Esto lo hacen creando nuevas expectativas empíricas o sometiendo a las personas a una discrepancia a lo largo del tiempo bajo la exposición de nuevas ideas/cultura. En segundo lugar, ofreciendo alternativas de comportamiento que encajen socialmente o introduciendo una nueva norma social donde sentido, razón y emoción se articulen.
Un estudio reciente analizó la probabilidad de usar (o no) mascarillas tomando en consideración las expectativas sobre lo que hacían los otros, no solo familiares, amigos o vecinos sino personas que viven en la misma ciudad o país. Concluyeron que no resulta eficiente por sí solo el mensaje acerca de lo que los otros hacen sino en todo caso lo que los otros aprueban focalizando no en palabras sino en prácticas reales.
Las herramientas que se derivan de la teoría de la identidad se complementan con los esfuerzos de las de norma social y dirige su atención a la necesidad de interiorizar nuevas pautas de conducta que modifiquen el comportamiento en el mediano y largo plazo alterando creencias asociadas a la propia identidad: “quienes somos nosotros”, “lo que representamos” y, en consecuencia, “lo que hacemos”. La clave para el cambio de comportamiento pasa por políticas capaces de encontrar un terreno de identidad común y definir (o redefinir) ese terreno en una senda de auto-entendimiento compartido. No se busca la adaptación de la conducta individual a la media del grupo o rebaño (que solo funciona cuando la mayoría cumple las normas y solo existe un grupo pequeño de desviados) sino la interiorización o aceptación personal de las normas y a la reconstrucción de estas.
Durante la pandemia, las políticas de comunicación que apelaron a valores de solidaridad y a la responsabilidad individual podrían quizá encajarse en este tipo, aunque no está claro. Probablemente el edutainment es un instrumento dentro de este tipo clave para reflexionar quienes somos y quienes queremos ser y trabajar en la interiorización de nuevas identidades.
Como vemos, estos instrumentos no se proponen para reemplazar herramientas clásicas como las regulaciones coactivas donde una pena orienta el comportamiento (confinamiento o toques de queda en Pandemia), ni los incentivos económicos que buscan estimular o evitar un tipo de acción (subsidios para evitar cierre de empresas o despido de trabajadores en tiempos de crisis), sino que resultan interesantes en tanto se suman a ellas y aumentan las probabilidades de alcanzar sus metas: el bienestar colectivo (como la salud individual y social y el no colapso de hospitales).
Por último, que la idea de políticas conductuales gane interés se convierte en una oportunidad para introducir e insistir en cuestiones que vienen sobrevolando a los científicos y hacedores de políticas en relación con: la importancia de la evidencia y los datos para tomar decisiones, y el papel de la experimentación en la búsqueda innovadora de respuestas a “problemas malditos” desde perspectivas multidisciplinares. Aprovechar esta ventana de oportunidad para innovar hacia dentro de las instituciones de gobierno en relación con el modo en que diseñan, formulan e implementan políticas públicas y, a partir de allí, generar conocimiento y aprendizaje institucional está al alcance de nuestras manos, no dejemos pasar el tren.
Cecilia Güemes. Profesora Ayudante Doctora en el Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, Facultad de Derecho, Universidad Autónoma de Madrid.