En los últimos años, ha ganado relevancia la colaboración entre una amplia diversidad de actores para la solución de problemas públicos cada vez más complejos. Es cierto que estas iniciativas —que en muchas ocasiones usan las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC)— promueven la inclusión de distintas perspectivas, pero hay un asunto que ha quedado relegado, tanto en los estudios académicos como en la práctica profesional: la dimensión de género.
Para analizar esta cuestión, presenté en el XVI Congreso de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración un estudio exploratorio sobre el caso de Frena La Curva. A través de análisis de documentos y de 12 entrevistas semiestructuradas (5 de ellas realizadas específicamente para este trabajo y 7 desarrolladas en el marco de otro proyecto), intenté explicar cómo se manifiestan las dinámicas de género en espacios de gobernanza colaborativa mediados por las TIC.
Se trata de un asunto relevante en el marco de la promoción del empoderamiento de las mujeres y de grupos infrarrepresentados en todos los ámbitos de toma de decisiones. En este sentido, ¿son los espacios colaborativos más abiertos y adecuados para el desarrollo del liderazgo de las mujeres? ¿Y qué pasa cuando se incluyen las tecnologías en la ecuación?
Gobernanza colaborativa, tecnologías y género
Antes de comentar los hallazgos de la investigación, es importante aclarar la premisa de la que parte este trabajo: ni las estructuras de gobernanza colaborativa ni las tecnologías son neutras desde el punto de vista de género.
En primer lugar, estudios previos han analizado las dinámicas de género que existen en las organizaciones y administraciones públicas, no sólo a través de las divisiones del trabajo y los aspectos simbólicos, sino también por la masculinización de los propios supuestos conceptuales que sustentan estas estructuras (la discrecionalidad, la neutralidad, el modelo de trabajador/a ideal, la jerarquía, etc.). No hay conclusiones definitivas: en algunos casos, la jerarquización se concibe como un obstáculo para el desarrollo de las mujeres y de otras personas que no calzan con la masculinidad tradicional, mientras que en otros se asume que la burocracia reduce la discrecionalidad y podría beneficiar a estas personas. En todo caso, la pretendida neutralidad de estas estructuras organizativas queda en entredicho.
Cuando ponemos el foco en la Gobernanza Colaborativa, se podría decir algo parecido. De acuerdo con las definiciones más conocidas, la Gobernanza Colaborativa permite establecer acuerdos entre distintos actores públicos y privados para llegar a consensos sobre el diseño y la implementación de políticas y programas públicos. En algunos casos, las estructuras más horizontales, sobre todo cuando se abre el espacio para la reflexión crítica, permiten el empoderamiento de las mujeres y grupos históricamente discriminados. Pero, en otros, se pueden reproducir los estereotipos y sesgos que excluyen a las mujeres de la toma de decisiones. En este sentido, los espacios colaborativos no están exentos de dinámicas de poder, a las que se debe prestar atención para garantizar la participación en igualdad de condiciones de todos los actores interesados.
Por otro lado, con el uso de las tecnologías también existe la posibilidad de incluir o excluir a determinados grupos de personas. Algunos estudios feministas destacan que tanto la sociedad como las tecnologías están altamente masculinizadas y que esta realidad influye en la exclusión de las mujeres del mundo tecnológico. Otras perspectivas destacan, por su parte, que hay una construcción mutua de la tecnología y el género, por lo que existe la posibilidad de transformar las nociones del género y de la tecnología. También se ha destacado el potencial de las TIC para empoderar a las mujeres e impulsar los movimientos feministas.
En este sentido, la construcción de la relación entre el género y la tecnología dependerá de una serie de factores sociales, culturales, organizativos y personales, que permitirán, en algunos casos, la exclusión y en otros la inclusión de las mujeres de los espacios mediados por la tecnología.
¿Qué ocurrió en el caso de Frena La Curva?
Frena La Curva surgió en marzo de 2020, por iniciativa del Laboratorio de Aragón [Gobierno] Abierto (LAAAB), que depende de la Dirección General de Gobierno Abierto e Innovación Social del Gobierno de Aragón, y contó con la participación de actores del sector público, el sector privado, emprendedores/as, organizaciones de la sociedad civil y activistas a título individual, tanto de España como de 16 países de Latinoamérica. La intención era canalizar la energía social para hacer frente a los retos de la pandemia por la Covid-19. Como consecuencia del confinamiento de la población, todas las actividades se desarrollaron online, entre ellas un mapa interactivo para geolocalizar ofertas y demandas de ayuda, laboratorios ciudadanos y un festival para presentar proyectos mentorizados.
Para el desarrollo de todas estas iniciativas, se contó con una estructura de Gobernanza Colaborativa, en la que participó una amplia diversidad de actores. De acuerdo con las entrevistas realizadas, no hubo un impulso de la igualdad de género o el empoderamiento de las mujeres de una manera explícita, pero sí se identificaron elementos que demuestran que, incluso de manera subyacente, la dimensión de género estuvo presente en este espacio colaborativo.
En primer lugar, las personas entrevistadas no percibieron que existiera discriminación, ni división del trabajo muy marcada en función del género. De todos modos, sí se encontraron algunos discursos que vinculaban de manera simbólica la masculinidad con el desarrollo tecnológico. También hubo una representación mayoritaria de hombres en el ejercicio del liderazgo estratégico y político, y una mayor presencia de mujeres en liderazgos operativos. Más que un asunto propio de la estructura de Frena La Curva, se trató de una reproducción de lo que ocurre en otros ámbitos de la sociedad, y que puede tener un impacto simbólico en la forma en la que las mujeres asumen posiciones de poder.
En este caso concreto, hubo factores que permitieron atenuar las posibles consecuencias negativas de estas prácticas. Concretamente, la solidaridad hacia las mujeres y personas con bagajes diversos, la ayuda mutua, el espíritu colaborativo y feminista (como lo catalogó una de las entrevistadas), y la cultura marcada por las narrativas del cuidado y la pluralidad, permitieron que las mujeres se sintieran cómodas en sus funciones de liderazgo y se apropiaran de las tecnologías. Fue determinante la presencia de personas sensibilizadas hacia los asuntos de género (tanto hombres como mujeres), así como el contexto de crisis generalizada, para construir un espacio de toma de decisiones abierto e inclusivo.
El análisis de este caso demuestra que no existen recetas preconcebidas. Las iniciativas de colaboración y las tecnologías no son capaces por sí mismas de generar estructuras inclusivas de toma de decisiones. Es importante aplicar una mirada crítica para evitar exclusiones. El rol y la actitud de las personas que participan en estos espacios, la sensibilización en temas de género, la presencia de aliados, y la promoción activa y explícita de la inclusión son determinantes para que los ámbitos de colaboración mediados por tecnologías generen dinámicas que sean favorables para las mujeres y colectivos infrarrepresentados.
Ariana Guevara-Gómez. Profesora ayudante e investigadora predoctoral. Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, Facultad de Derecho, Universidad Autónoma de Madrid.